ZZZZ
Consta de 15 capítulos.
Del 16 de Noviembre al 16 de Diciembre se presenta dentro de la exposición FIKTIOGRAF en el Centro Huarte de Arte Contemporáneo.
Estará disponible para descarga en la página de Editorial Pamiela.
Este que puedes ver aquí es el capítulo 2
Así se hizo ZZZZ
El punto de
partida para ZZZZ fue un conjunto de fotografías, unas 600, tomadas en las
calles de Oporto algún tiempo atrás. Imágenes capturadas sin un propósito
definido, parecidas a las que hace cualquier turista mientras deambula por las
calles de una ciudad desconocida.
Elegí ese
conjunto de fotografías porque esa ciudad, Oporto, aparece en ellas como una
sucesión de edificios, objetos, detalles, gente, sin apenas lugares singulares
más allá de sus grandes puentes. Una captura caprichosa del estado de todos
esos objetos urbanos sometidos al incesante ritmo del tiempo, desgastados. Y
las elegí sobre todo por la impresión, muy viva, de que esas imágenes tendían a
la filigrana, como si la mirada hubiera buscado a través de la cámara una
lógica de patrones superpuesta a todo el escenario urbano. Una impresión sin
duda provocada por la acumulación de artesonados, arabescos y patrones que se
despliegan por las fachadas y los elementos urbanos, diluyéndose poco a poco
desde el centro hacia la periferia, al igual que la propia ciudad se disuelve
en el territorio.
La otra razón
para escoger precisamente esa ciudad y esas imágenes fue la cantidad. Aunque esto pueda parecer algo
extraño, precisaba de un número tal de imágenes que provocara una sensación de
amplitud, de tamaño, de tarea. Una dimensión que, en cierta manera, me
intimidara. Una muestra tan amplia que pudiera ser tomada en conjunto como un
interlocutor exigente y que, al mismo tiempo, adquiriera ese carácter de
espacio extenso, de terreno de juego, de lugar provocador.
Una vez
escogidas las imágenes configuré un sistema para permitir abordarlas todas en
conjunto, creando un tratamiento que las aproximara a esa idea de espacio
global en el que iba a suceder algo todavía indeterminado y que, por otra
parte, fuera capaz de interpretar y de traducir las imágenes a esa impresión de
que, cada una de ellas, podía ser
observada y elaborada bajo el prisma de la orfebrería, apartándolas del
ilusionismo, reforzando y desplegando sus detalles.
Un rectángulo de
proporción 16:9 me sirvió para recortar y encajar las imágenes con la idea de
que pudieran adaptarse al formato de una pantalla. Al mismo tiempo reduje también
en gran medida la cantidad de detalles. A continuación programé diversas
acciones para convertir las imágenes a línea. Obtuve así unas seiscientas
imágenes traducidas a un gráfico de trazo grueso eliminando todo rastro de
color. Volví a procesar las imágenes una segunda vez para lograr el mismo
resultado pero, esta vez, con líneas más finas. El siguiente paso, también
automatizado, fue su vectorización. En ese momento las imágenes perdían casi
por completo su condición original y pasaban a tener las características de un
dibujo, trazos capaces de superponerse y combinarse en distintos niveles.
A partir de este
material construí las aproximadamente 600 imágenes. Para ello organicé cada una
de ellas en tres capas: 1- Un fondo de color creado a partir de paletas aleatorias.
2- Sobre ese fondo la primera de las imágenes traducida a trazo grueso y
coloreada también mediante paletas aleatorias. 3- En la parte superior la
imagen de línea en negro. Ordenada en sentido inverso, es decir, para la
primera imagen se tomaba la última, para la segunda la penúltima y así
sucesivamente.
Una vez
construidas las imágenes busqué la forma de organizarlas en capítulos. En ese
momento ya tenía la idea de darle forma de relato. Dividí el conjunto en una
cifra manejable, esto es, que pudiera organizarse también espacialmente sobre
una superficie, que fuera divisible por dos, por tres, por cuatro, por seis… El
36 me resultó simpático, quizás como recuerdo del primer número que aprendí a
dividir mentalmente por dos por tres y por cuatro. De ahí surgieron 17
capítulos, algo fastidioso que el tiempo se ocuparía de corregir un año después
para dejarlo en 15.
Fijé tres
viñetas negras superpuestas al conjunto para colocar el texto de manera que
formara un bloque realmente independiente de la imagen, además de evitar
cualquier posibilidad de choque con los gráficos. Sobre esas viñetas escribiría
con tipos blancos. Escogí Bank Gothic, una familia de tipos de larga tradición,
sólo mayúsculas y con un carácter retrofuturista bastante sugerente.
La idea de que
la imagen y el texto siguieran vías diferentes está en la base de todo el
proyecto. Intentar emular esa ensoñación en la que se produce una abstracción
total del espacio por el que nos movemos y que acaba por dotar a ese espacio de
sentidos inesperados, del mismo modo que ese espacio también termina por
filtrarse en nuestra fantasía. Es la ensoñación de un paseante.
Decidí entonces
escribir en primer lugar la mitad de los 17 relatos, venciendo la tentación, si
surgía, de terminar cualquiera de ellos. Una vez escritas todas las primeras
partes, empezaría a escribir los finales. Poner un límite de tiempo era para mí
necesario. Fijé un año cuando ya llevaba seis meses trabajando en ello y
bastante bloqueado. Aquí también pude comprobar que fijar un plazo es un buen
desatascador. Dos de los capítulos quedaron sin terminar, no solo por un cierto
respeto al plazo, también por mi incapacidad para darles continuidad.
Finalmente el conjunto quedó en 15 relatos, divisible al menos por tres y por
cinco.
No es que haya
perseguido la banalidad, pero lo cierto es que las historias que se cuentan son
tan faltas de sustancia como aparentan. En realidad siempre arrancan de alguna
fugaz ocurrencia, un personaje o situación obtenidos de lecturas desordenadas e
incompletas, series de televisión, innumerables lecturas ya casi olvidadas de
novelas y noveluchas de ciencia ficción, algún telediario, una canción o un
paseo por la calle imaginando aventuras. Iniciar una nueva historia era apenas
formular una frase o crear un nombre a partir de la matrícula de un coche visto
en el semáforo. Sin una historia prevista, todo sucede en pantallas sucesivas
que son las que imponen el ritmo. Algo así como encender el relato para que siga
su curso mientras tropieza con dibujos, reglas, lógica, casualidad y capricho.
Para forzarlo
aún más me propuse escribir ajustando el texto a cada una de las líneas. Aunque
quizás fuera más correcto añadir que esto fue sugerido, o mejor, inducido, por
el programa utilizado para escribir sobre las viñetas, que obligaba a hacerlo
de este modo. Así, el final de cada la palabra debía llegar a una cierta
distancia del borde. Si era más larga o más corta había que cambiarla y si eso
no era posible, se cambiaba la frase, la situación, la historia. En suma: la
línea mandaba. Claro que, finalmente, esta regla no fue seguida al cien por
cien, pero por lo general ha sido respetada desde la convicción de que, a falta
de rigor literario, más valía tener algún muro en el que contener la arbitrariedad.
El ajuste a la
línea ha terminado por ser provechoso. Obliga a escoger las palabras. En lugar
de poner lo primero que se te ocurre, te fuerza a pensar una alternativa, de
manera que, en cierto modo, es como si tú no lo hubieras escrito así, como si
alguien estuviera dictándolo a través de una regla absurda y, a veces, bastante
irritante.
Otra decisión
fue no poner nombres sino iniciales o siglas. Los personajes así son menos
personajes, parecen más piezas de un juego, están despersonajizados. Solo están para participar en una acción o
suceso, sus identidades son simples estereotipos. Alguna vez se filtra un
sentimiento, o quizás más bien alguna sensación, pero en general lo he evitado.
La acción se cuenta en presente y rara vez escapa a esta regla.
Mi desapego
hacia las historias que se cuentan es total. Tanto que puedo todavía leer
algunas de ellas y no saber como terminan. Me lleva a pensar que quizás, al
menos en parte, haya conseguido que otros ¿individuos?, ¿procedimientos?,
¿reglas?, hayan escrito por mí. Bueno,... ahora que lo pienso,… ¿no es siempre
así?
Aunque el
terreno natural de ZZZZ es la pantalla, en algunos aspectos el resultado ha
sido distante a lo pretendido. La longitud de los textos, su falta de fluidez y
la dificultad de lectura añadida por los nombres en forma de siglas, hace
inviable una presentación desatendida, esto es, en forma de video o película
flash. Llevar ZZZZ a ese terreno precisaría volver a descomponerlo. Por el
momento la versión en PDF se adapta muy bien a la visión y al ritmo de lectura,
es barata y cualquiera puede descargarla, remezclarla o reinventarla.